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Salimos de Maryland el lunes, 2 de julio, para aterrizar en Francia el martes a las 7 am. Caminamos desde la estación del tren hasta llegar a Boulevard Barbès. Al tren entró primero un niño de unos 8 años repartiendo unos papeles que decían que pedía dinero para ayudar a alimentar su familia. Luego, entró una mujer siria embarazada, también pidiendo dinero. Nadie la miró.

Mientras caminábamos notamos las semejanzas de esa calle con Río Piedras; era como si estuviéramos allá en Puerto Rico. En esa calle vimos una barra llamada The Playce, dentro del hotel Best Western, con una máquina de café Sanremo y sin pensarlo entramos. Lorraine, una joven francesa, nos atendió y nos sirvió dos tazas. Cada taza nos costó 5 euros.

Mientras esperábamos para nuestra hora del check-in (3 pm) de nuestro apartamento alquilado a través de Airbnb, fuimos a buscar dónde estaba la Basílica del Sagrado Corazón. Subimos todas las escaleras con bulto, maleta en mano, abrigo y cansancio.

Alrededor de las 2 pm, sin señal y casi muertos nos dirigimos al edificio del apartamento. Nos sentamos en las escaleras y nos quedamos dormidos esperando a que fueran las 3 pm. Tan pronto entramos, nos bañamos y caímos rendidos en la cama.

El miércoles nos dedicamos a ubicarnos en tiempo y espacio. Caminamos a Le Mur de Je T’aime. Allí cerca descubrimos que hay lugares en Google Maps que no existen. Por ejemplo, la casa de Van Gogh y el Museo de Montmatre.

Seguimos caminando y vimos la iglesia Saint-Jean de Montmartre. El interior de la capilla causaba una sensación extraña. Era como si percibieras que la gente entra con temor del qué dirán por creer en Dios, pero internamente tenían el deseo de sentir Su presencia y Su paz. Era como si creer fuera prohibido.

Más adelante, paramos a comprar una caja de macarons. Eso sí fue una experiencia religiosa. Cada sabor se sentía real. El macaron de fresa sabía como si estuvieras mordiendo la misma fruta.

Ese día también vimos el cementerio de Montmartre, aunque no entramos. Al seguir caminando, llegamos al famoso Moulin Rouge. Al verlo, internamente grité “¡Satine!”. Verificamos los precios y nos enteramos de que, para obtener buenas ofertas, se deben reservar las taquillas como con dos años de anticipación.

De regreso a Rue Labat, entramos a The Playce, pero Lorraine no estaba. Sin embargo, ese día conocimos a Jude. Jude es un joven de 19 años que vivió su infancia en Siria, donde su madre es una actriz famosa. Al ser pudientes, Jude obtuvo una buena educación que le permitió aprender inglés y un poco de francés. Alrededor de sus 15 años, vino a Francia para aprender más francés y estudiar filosofía.

Este joven nos habló sobre su perspectiva con respecto a la situación que viven actualmente los sirios en su país. Nos comentó que los sirios ni siquiera entienden qué está pasando, y los medios no están contando toda la historia. Además, se atrevió a mencionar que no hay duda de que ese movimiento salió del gobierno como trabajo interno. También nos dijo que su madre es una revolucionaria, que ha luchado en contra del gobierno.

Durante nuestra estadía en Francia estuvimos sobreviviendo. Por lo tanto, en las tardes íbamos al supermercado y comprábamos lo que comeríamos en la noche. De desayuno, comíamos un plato de cereal y un guineo. No fuimos a restaurantes lujosos y solo comimos fuera del apartamento una vez, en una crêperie. También, tuvimos que lavar ropa a mano, como en los tiempos de María.

Desde que tuve Enciclopedia Encarta me interesó aprender otros idiomas. A los doce años me decidí por el francés y desde ese tiempo he estado autoenseñándome. También, tomé cursos de francés en la universidad y soy fiel en Duolingo. En este viaje descubrí que no sé suficiente francés para mantener una conversación. ¡Duolingo, me mentiste!

Al seguir hablando con nuestro amigo Jude, nos mencionó que no se considera sirio porque él cree en que no tiene una nacionalidad fija. Además, dijo que la libertad está en la mente. Estuve sentada, al lado de Franco, en la barra escuchándolo y cada palabra que decía tenía sentido. Él ya es un filósofo y quizás ni lo sabe.

El jueves tomamos el metro y pudimos ver lo hermoso que es el edificio de la Catedral de Notre-Dame. Caminamos hasta Shakespeare & Company para pedir un café por manos de baristas franceses. Allí, Franco quedó encantado con una joven que dibujaba lo que parecía una libélula, y escribía en la misma libreta.

El café estuvo bueno, no como el que nos dejó el anfitrión del apartamento, que sabía a tierra. Tampoco era tan amargo como el que nos servían en The Playce. Extrañé el café de Puerto Rico.

Al seguir caminando, vimos una capilla con una cúpula dorada. Al principio no teníamos idea de qué era, pero luego nos enteramos de que el lugar se llama Les Invalides y es donde se encuentra actualmente enterrado Napoleón Bonaparte. Finalmente, vimos la Torre de Eiffel construida en 1889. Verla en persona es una experiencia impactante. Nosotros, del occidente, hemos visto la torre por años, pero es tan impresionante tenerla de frente, estar a los pies de la torre.

No podía faltar, lo que está en el centro de la ciudad, el Arco del Triunfo. Me llamó mucho la atención que la gente va al Arco del Triunfo a sentarse como si fueran a cualquier otro parque. Ese día caminamos medio París, por no decir todo. Sí, tomamos como dos trenes desde Chateau-Rouge (nuestra estación más cercana) hasta la parada de Notre-Dame. Sin embargo, para regresar caminamos desde el centro hasta la esquina.

El viernes, al bajar las escaleras, nos percatamos de que yo no podía caminar, y Franco también estaba lastimado. Así llegamos al Metro para ir al museo Le Louvre. Nuestra primera misión era buscar a la Mona Lisa (Gioconda) y Venus de Milo. Luego de verlas, proseguimos a ver el resto del museo, del que estoy segura solo vimos un tres por ciento. Jude tiene un amigo que se tardó en ver todo el Louvre seis años yendo todos los domingos. ¡Seis años!

Atravesamos el Pont Neuf, el puente que sale en todas las películas. Cerca de ese puente, nos pararon dos jóvenes para que llenáramos unos papales para apoyar una causa de personas sordas. Al terminar de poner nuestros nombres, nos dijeron que debíamos pagar y que usualmente dan 20 euros. Nosotros le ofrecimos 4 euros y nos dijeron que tenían un mínimo de 5 euros por personas. Tomaron los 4 euros molestas y Franco refunfuñó “nos josearon”.

Antes de regresar a nuestro apartamento, fuimos a The Playce. Allí compartimos con Lorraine y vimos el juego de Uruguay contra Francia junto a Vincent, otro empleado del hotel. Francia ganó y celebramos el logro como si fuera nuestro. Mientras veíamos el juego, pedimos un café que estaba muy malo y también pedimos unas tapas de jamones y quesos, con el queso más apestoso del mundo. Añoré una tacita de café de tierras boricuas.

El sábado descansamos. Fuimos a The Playce y Franco jugó Fussball con Jude. Me senté a escribir y a beber capuccino de máquina. No nos llegamos a acostumbrar al cambio de horario, pero no nos afectó porque allá empezaba a oscurecer a las 10 pm.

El domingo nos levantamos temprano para ir a Hillsong Paris. En Francia eran las 7 am, pero nuestros cuerpos sentían que eso era una mentira. Fuimos a Hillsong y no es de extrañarse de que el ambiente se sentía bien cálido y fuimos bien recibidos. Bebimos buen café por una barista francesa.

Antes de que comenzara el servicio conocimos a Pedro, un brasileño que llevaba muchos años viviendo en Francia con su esposa. También conocimos a dos colombianos y nos felicitaron por nuestro matrimonio. Nos encantó la experiencia, aunque casi no pudimos entender el mensaje. La gente aplaudía antes de que la interpreté terminara de hablar.

Luego caminamos para ir al Museo de Rodin. Tan pronto entramos al jardín, nos recibió El pensador. Caminamos y exploramos todo el museo. Franco quedó tan encantado que dejó un dibujo con relación al arte en movimiento. También vimos la puerta del infierno.

Al salir, caminamos hasta el cementerio Père Lachaise para buscar a nuestros muertos favoritos. Vimos la tumba del músico Chopin, el escritor Oscar Wilde, la cantante Edith Piaf, entre otras. De ahí, regresamos a Montmartre y allí nos esperaba la vida artística parisina en todo su apogeo. Mientras me saboreaba un gelato y Franco se deleitaba escuchando a una violinista, un artista me detuvo para dibujarme. Franco se acercó y el artista preguntó qué hacíamos en París. Al contarle que estábamos de luna de miel, añadió a Franco en el dibujo. Allí conocimos a dos puertorriqueños: él era de Dorado y ella de Luquillo.

El lunes, después de tantos días caminando, nos levantamos a las 2 pm y nos dirigimos a la exhibición de Dalí, cerca de la Basílica del Sagrado Corazón. El arte de Dalí nos dejó sin palabras y con mucha inspiración. De ahí, nos dirigimos al Café Deux Moulins, donde trabajaba Amélie Poulain (personaje de película). Al final del pasillo, hay un póster enorme de ella. Seguimos caminando y llegamos hasta un coffee shop llamado KB. Pedimos dos cafés que estaban realmente buenos. Como la mayoría de las tardes, terminamos en The Playce. Esa vez fue para despedirnos para regresar al día siguiente a nuestro nuevo hogar en Maryland. Como buenos boricuas, nos despedimos de ellos como cinco veces.

En este viaje, Franco y yo aprendimos que el inglés es verdaderamente el idioma universal del turismo; que la globalización es real; que nada es como lo presentan en los medios, incluso la vida en París; y que somos libres, porque la libertad está en la mente.

Au revoir

–Isa Figueroa

 

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