Empecemos por lo básico. ¿Qué son valores? Valor viene del latín valere, que significa “ser fuerte”. Esto se refiere a que los valores son las cualidades y creencias que nos caracterizan, nos ayudan a priorizar y a encaminarnos hacia la autorrealización. En otras palabras, son los principios que nos permiten convertirnos en mejores personas.

A través de los años, me he percatado que como seres humanos, más que ir en búsqueda de la felicidad, vivimos en búsqueda de nuestra identidad y de la aceptación. Pasamos gran parte de nuestra existencia queriendo alcanzar las expectativas y exigencias de la sociedad, tanto mujeres como hombres. Pensamos si como mujeres somos lo que la gente espera de mí; como hombres, si son lo suficientemente machos. Vivimos en una guerra interna luchando con conflictos externos.

Todos queremos ser aceptados y esto nos lleva a realizar ciertas adaptaciones en nuestra identidad que en ocasiones se transforma en una venta de valores. De una manera u otra, todos hemos sido víctimas de este asalto. Yo he sido una. Yo también vendí mis valores, pero el precio que tuve que pagar fue más alto.

Si hacemos un retroceso al año 2003, yo tendría catorce años. Para ese entonces me congregaba en una iglesia. Escuchaba música de mi agrado, dígase Backstreet Boys, Linkin Park, The Calling, Vanessa Carlton, etc. Leía libros infantiles como “The Velveteen Rabbit” y “The Cat in the Hat”. Era demasiado estudiosa, entregaba los trabajos a tiempo y hacía todas mis asignaciones. Además, era cristiana y no hablaba malo. Sin embargo, no tenía amigos. Fui completamente rechazada, por lo que octavo grado fue un año escolar de extrema soledad.

Durante el verano, pensé en todas las cosas que debía cambiar para ser aceptada, desde mi apariencia, mi manera de expresarme, hasta mis hábitos de estudios. Qué estupidez, ¿no? No sé por qué razón las personas inteligentes son rechazadas. ¿Envidia?

Al llegar el nuevo año escolar, logré lo que me había propuesto y tuve amistades. Seguía siendo estudiosa, pero era como un secreto. Sin embargo, siendo lo que ellos querían que yo fuera, se burlaban de mí. Por lo tanto, continuaba ajustándome a sus expectativas. Así fue hasta llegar a la universidad, en la que conocí personas que mi forma de ser aún no era aceptada. Entonces, mis cambios fueron más agresivos al punto que abandoné mis hábitos de lectura y de escritura. Entonces, perdí mi esencia.

Más que citar a Saint-Exupéry con “la esencia es invisible a los ojos”, la esencia es “aquello que constituye la naturaleza de las cosas, lo permanente e invariable de ellas”, según la RAE. En otras palabras, nuestra esencia es lo que nos hace característicos y diferentes.

Vender tus valores es quedarte sin esencia. Cambiar quien eres por recibir aceptación es ser todo menos lo que eres en realidad. No estás buscando tu propia felicidad, sino la felicidad de los que te rodean. La consecuencia es que un Twinky tendrá más esencia que nosotros.

Cuando entregamos lo que somos a cambio de aceptación social, nos convertimos en títeres de la sociedad. Conozco personas que han entregado tanto de ellos, que no son ni una porción de lo que realmente se supone que sean. Lo que estas personas no saben es que quienes los rodean perciben la falta de identidad. Si mantenemos los valores y nuestra esencia, quizás seremos rechazados por otros, pero tendremos amor propio y la aceptación de Jesús.

–Isa Figueroa

 

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