Lo conocí en el 2010 mientras cursábamos Redacción I ese verano, pero no fue hasta hace nueve meses que llegamos a conocernos. Recuerdo que estaba haciendo un trabajo para una clase la cual tenía que llenar unas encuestas a unos prospectos en específico. Él no era exactamente un prospecto para mi encuesta, pero lo hubiese sido hace tres años. Lo que ninguno de los dos sabíamos era que esa encuesta nos iba a llevar a una conversación de cinco horas y lo que llegó después.

Durante esas interesantes cinco horas, nos pusimos al día contándonos nuestras vidas sobre esos dos años que pasamos sin vernos. Para mí fue una conversación de confesiones. ¿De qué no hablamos? Tuvimos una conexión increíble. Todo iba bien hasta que me dijo que una razón por la que se alejaba de mí fue porque una vez me vio rara y me preguntó qué me pasaba. Mi respuesta fue que la noche anterior había tomado mucho alcohol y tenía “resaca”. Si recuerdo bien, esa fue la última conversación que tuvimos y después de ese semestre no lo volví a ver.

Para ese tiempo, yo tenía una vida social muy activa, bebía alcohol constantemente, entre otras cosas. Le conté cómo querer sanar de una relación y problemas familiares me llevaron a crear cierta dependencia en el alcohol y otras cosas. Recuerdo que mientras le confesaba todas esas cosas, y le contaba de una situación familiar por la que estaba pasando, le conté que fui criada bajo creencias religiosas. Mi abuela me crió yendo a una iglesia Pentecostés y la realidad es que me gustaba ir, pero por influencias negativas mi abuela dejó de ir y yo me fui detrás.

Después de hacerle un compendio de mi vida a través de Facebook me hace la pregunta que me dejó sin palabras. “¿Tú sabes que yo soy pastor?” Y le respondí como muchos lo hacen, “¡tan joven! ¿Cuántos años tienes?”. Para ese entonces todavía estaba en sus 26 y ha sorprendido bastante.

Después que hicimos una buena amistad, me confesó que sentía atracción hacia mí y que estaba interesado. Ese momento es una imagen que después de contarla, muchos hubiesen querido estar ahí. Imagínense estas dos personas hablando frente a la marquesina, sentados en el piso de noche. El muchacho se le acerca y dice: “¡Isa, tú me encantas!” a lo que ella dice: “Ok.” Es una respuesta que nadie espera y lo que se puede imaginar es al pobre muchacho llevando en su mente ese arrepentimiento y culpa. -“¿No tienes nada que decir?” – “Es bueno saberlo.”

Quiero aclarar que sí estaba interesada, pero no sabía ni qué decir ni qué hacer. Hacía tiempo que no me confesaban interés en un estado de total sobriedad. Sí me interesaba, pero mi vida no iba a la par con la de él, yo no era buen prospecto ni es lo que se espera para ser “la novia del pastor”. Yo estaba feliz y de acuerdo con mi vida y las cosas que estaba haciendo. Sabía que iba a requerir muchos sacrificios y esfuerzos que ni yo misma conocía.

Luego de un tiempo, no mucho, volví a la iglesia y sin verlo llegar ya estaba convertida en “la novia del pastor”.

–Isa Figueroa

 

© 2015 La novia del pastor

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